sábado, septiembre 15, 2007

Galatea

Hay hombres que tienen suerte, no hay otra manera de decirlo, su trabajo les encanta y los llena de dinero; en su vida no han ocurrido grandes tragedias, y tienen el amor de una mujer perfecta. Jorge era uno de esos hombres, y estaba convencido de la perfección de su esposa. Y como nadie es perfecto, cada vez que podía se dejaba llevar del orgullo, y afirmaba que daría una gran recompensa a quien encontrara un defecto en ella. Su mujer estaba convencida tambien de la perfeccion de su esposo, creía que era un hombre sabio, trabajador, un cumulo de virtudes; y por eso cuando se enteró, por casualidad( sólo faltaba que una mujer tan perfecta oyera tras las paredes), de la recompensa que ofrecia su esposo por hallarle defectos saltó de alegría y quiso cerciorarse de no haber oido mal.

Cuando Galatea le preguntó a Jorge si la consideraba perfecta él vió un defecto, el unico defecto que poseía ella. Y le dijo que sí, que la consideraba perfecta, le dio un beso y le pidio que se fuera a dormir, que él tenía algo que hacer en la carnicería y que luego regresaba. La carnicería quedaba en el primer piso de la casa en que vivian, y él iba alla para pensar ( hay algo relajante en tasar carne de cerdo) cada vez que tenía un problema. Cortó carne de cerdo hasta la media noche, no podía dejar de pensar en el defecto de su mujer, sospechaba, además, que todos sus amigos ya lo había notado, pero que habían tenido la delicadeza de nunca mencionarlo.

Con una brillante idea en su cabeza, y un cuchillo muy afilado en su mano izquierda fue hasta su cuarto, allí dormía ella. Se sentó a sus pies, y con el cuchillo cortó una pequeña capa de piel, lo suficientemente gruesa para ser vista, y lo bastante delgada para que ella no despertara. Cortó entonces dos capas más. Luego volvió a la carnicería, puso en el orden correcto los trozos de su esposa que acababa de cortar. Paso toda la noche repitiendo el proceso, parecia que el sol no quisiera aparecer para no ver lo que ocurría, las horas eran eternas, y el trabajo de Jorge era cada vez más exacto y rapido. Galatea despertó en la mañana y le faltaba todo de las rodillas para abajo, pero ella no se preocupó. En la noche mientras ella dormía, Jorge estaba despierto cortando y cosiendo.

Una semana despues de su esposa dormida no quedaba en la cama más que su cabello, y un poco del hueso de la caja craneal. Jorge sonrió sabiendo que su esfuerzo estaba a punto de concluir, cortó un trozo, lo suficientemente grueso para ser visto, y lo suficientemente delgado para que ella no fuera a despertar. Llevó con él al refrigerador de la carnicería los ultimos trozos de su esposa y los cosió a los que ya estaban allí. Miró su obra, era exactamente igual a Galatea, le dio un beso en los labios, aún estaban calidos, ella movió levemente los suyos y abrió los ojos, él no se sorprendió. Sonrió y con voz calmada le dijo: eras casi perfecta, ahora lo eres. Ni siquiera el tiempo podría ahora dañar tu belleza. Ella se limitó a sonreir.