viernes, mayo 23, 2008

II

Tenía un nombre de mujer atrapado en en el pecho. No era en realidad una mujer completa, sólo su nombre. No podría reconocerla entre un grupo de personas, y no era capaz de recordar la manera en que se sentía la piel de ella al ser tocada, no podía recordar si su tono de voz era molesto o melodioso. Pero cada vez que escuchaba su nombre, o conocía a alguien que se llamaba como ella, un escalofrío recorría su espalda. Tenía un nombre de mujer atrapado en el pecho y había decidido estaba viviendo su decimosegundo ultimo día.

Doce días antes había escuchado una frase que lo había dejado pensando. La había oído antes y doce días después no podía recordarla exactamente, era una de esas frases que se repiten todo el tiempo, algo como: vive cada día como si fuera el ultimo, porque algún día lo será, o Carpe diem, o algo por el estilo. Había oído la misma frase varias veces y nunca le había afectado en verdad, pero esa noche su vida cambió. Estaba sentado en un bar conversando con algunos amigos mientras tomaba cerveza y escuchaba al grupo del bar tocar jazz. Jaime dijo las palabras, y los otros rieron, él se sintió embargado por la cercanía del final. Jugó un rato con los círculos de agua que dejaban las botellas al ser levantadas, y con la mirada perdida se levantó de la mesa, se despidió de los amigos y fue a cambiar su vida.

Era un hombre de planes, y necesitaba un plan para cambiar su vida, nada loco, sólo cosas que podía hacer y que, creía, de no hacerlas se convertirían en fuente de arrepentimiento en el día de su muerte. No tenía en su lista cosas como volar en parapente o escalar el everest, ni siquiera probar la absenta o comer insectos. Pero sí estaba en la lista el leer un par de libros que nunca había hallado el tiempo de leer, el reunirse con amigos que hace mucho no veía, el ver un par de películas que hace mucho quería ver, dejar un libro en un lugar publico con una cita para darse la oportunidad de conocer a alguien nuevo, y finalmente, volver a verla a ella, a la mujer cuyo nombre tenía atrapado en el pecho.

Para cumplir con este ultimo deseo, volvió a visitar los mismos lugares que visitaba cuando salía con ella. Se sorprendió al sentarse en el café en el que habían hablado durante horas el día en que se conocieron, de cuanto había cambiado todo. Se dijo como recitando una canción de Gardel –veinte años no son nada–. –Y sin embargo...– pensó. Caminaba por la calles que había recorrido caminando con ella, esperando verla a la vuelta de cada esquina, caminó una y otra vez alrededor del edificio en que ella vivía 20 años atrás, esperando verla presa de la melancolía sentada en una esquina. Día tras día dedicaba horas enteras a buscarla, a imaginarla, y al final le hablaba al nombre que tenía atrapado el pecho como le hubiera hablado a ella si estuviera allí. Le contaba todo lo que había pensado durante el día, donde pensaba buscarla al día siguiente, incluso sobre sus intentos infructuosos de conseguir un numero al que llamarla o una dirección en la que ubicarla.

El doceavo ultimo día de vida hubiera podido llegar sin que la encontrara, pero no era eso lo que quería el destino. Mientras el recorría de nuevo las calles cercanas a su pasado, y pensaba en que tal vez los días transcurridos eran demasiados y que no querría pasar el ultimo día de su vida esperando por una mujer que no podía recordar, la encontró. Ella salía de un teatro, la acompañaba una mujer, en la que él pudo reconocer a la amiga que los había presentado en otra ocasión. Él hizo de tripas corazón y se aproximó a ellas como si no las hubiera visto, cómo si fuera el nombre de la obra, o los comentarios positivos que se podían leer de esta en el periódico, aquello que lo había llevado al teatro y no las ansias de que un momento como ese se presentara.

Se paseó una y otra vez delante de ella, preguntándose cómo era posible que no lo reconociera, o peor, que lo reconociera y prefiriera ignorarlo. –Ya me ignoró en otra ocasión– se dijo – Probablemente no le importa hacerlo hoy–. Finalmente se acercó a ella, la llamó por su nombre y fingió sorpresa. – Debe ser una gran actriz, no es posible que no me haya visto– pensaba. Intercambiaron un par de frases, Ella estaba esperando que viniera a recogerla su esposo. –Estas casada, nunca lo hubiera imaginado. Por ninguna razón especifica, quiero decir... – ella reía. – Fue un gusto volver a verte– dijo ella. El estuvo en silencio un par de segundos. Quería verla y lo había hecho, pero no bastaba, no tras años de silencio. –Deberíamos vernos algún día– aventuró. Ella detuvo su camino y dio la vuelta. – Sí, deberíamos volvernos a ver– y siguió su camino hacia el carro en el que un hombre impaciente la esperaba.

Cassandra era el nombre de la amiga. Cassandra era la mujer que sirvió como mensajero en aquella ocasión. Ella recibió el numero de él de sus manos, y escribió en un papel el celular de ella. –Llámala durante el día. Es cuando está más desocupada– fue lo unico que dijo a toda la conversación.

Ella lo llamó primero. Le pidió que se encontraran el domingo en la iglesia a la que ella cada domingo de su vida había ido. Y que después podrían hablar. El se presentó puntual y esperó, repitiendo los movimientos de aquellos que lo rodeaban, hasta el final. Espero afuera a que ella saliera, pero no lo hizo. Ella no estaba allí. Un poco temeroso, sacó su celular del bolsillo, busco el numero de ella y marcó. Ella no había podido asistir. – Temo que tendremos que dejar nuestro pequeño encuentro para otro día– dijo– hoy me es imposible. Pero te juro que el otro sábado...–. El sonrió, una semana más, una semana menos, da igual. – te llamo en otro momento– dijo ella, – ¿el sábado seguro?– dijo él y ella sólo dijo– sí –antes de colgar.

El caminó feliz hasta su casa. Su decimosegundo ultimo día se su vida había sido un buen día. Nunca sospechó que tambien sería el ultimo.

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